Ella era su princesa y a costa de
sacrificios le construyó un palacio.
Cuando la vejez se cernió sobre ellos y la
ruina sobre la casa, le ofrecieron buenos tratos pero decidió no venderlo. Era
el único hogar que habían tenido ambos.
Pensó que en su reinado mágico todo se
arreglaría solo. La pintura, el jardín perdido, las averías y los destrozos. Y
que las enfermedades acabarían curándose.
Falleció ella en la miseria, como reina en
el destierro. Murió él también de la misma forma pasado un tiempo.
El palacio cayó con ellos, convirtiéndose
en mausoleo. Lo vendieron sus herederos haciendo de la tumba dinero.
Quien vivió pobre para morir rico, cien veces será borrico.
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