martes, 7 de febrero de 2012

EL KIOSCO DE PRENSA




EL KIOSCO DE PRENSA



      Lo peor de tener un quiosco de prensa es el frío, y las tardes tan largas de invierno en que no se sabe si uno se aburre o se hiela más, si lo uno gana a lo otro o lo otro a lo uno,  y ya ni la pequeña televisión la entretiene a una.

     Y es que una a los cincuenta y muchisimos, confesados, que de los reales hay unos poquitos años más,  ya no está en edad de trabajar en un sitio así.

     Con el frío no viene nadie. Y menos por este paseo, tan desolado ahora en invierno.

     Es lo mismo que piensa el atracador de poca monta que desde hace un ratito acecha desde su viejo coche el quiosco solitario.

-          Debería irme ya a casa.

-          -Aquí hay poco negocio.

     Ambos están pensando lo mismo, pero no se deciden a marcharse.

-          Ya estoy mayor para estos trotes.

-          Debería retirarme.

Y un ratito más tarde, cuando la intermitente lluvia parece parar por un momento. La quiosquera sale a quitar los plásticos y recoger la mercancía, el atracador, sale de su coche, su estancia en la cárcel de la que hace poco ha salido, le ha dado una presencia más digna, mas normalizada que cuando era joven.

     Pone todo su valor en su aparición delante de la confiada quiosquera, tiene perdida la costumbre. Solo un pequeño golpe para pagar hoy la pensión, mañana ya entra a trabajar en una carpintería que le ha buscado el director de la cárcel. Y en unos pocos años, jubilado. No sabe que hará con su vida entonces, ni siquiera sabe que hacer con su vida en el próximo rato.

     La quiosquera no está, y cuando aparece a sus espaldas, es Mauro el que sufre un sobresalto.

-          ¿Le puedo atender?

-          Si, no. Bueno, quería un ejemplar del País.

-          Pues a estas horas ya no queda. Dígame si quiere algo más, voy a cerrar.

     Uno de los expositores está a punto de caer sobre ellos.

     Maruja, da un respingo.  Pero Mauro sujeta la puerta antes de que les golpee

      -  Esta maldita bisagra, (y esta maldita soledad) cualquier día se me cae esto encima.

-          Permítame. Umm, -dice con gesto profesional-, esto no es nada. Voy un momentito a por las herramientas al coche y se lo dejo listo.

-          No se moleste.

-          No es molestia.

     Y la bisagra queda arreglada en un pis pas                     

-Gracias por su ayuda. En fin, creo que al final voy a ir a tomarme un café, hoy ha sido un día raro. Dice ella.

- Dígamelo a mí.

Si le apetece podemos tomarlo juntos. Yo invito, por las molestias, ¡vaya!.

Nunca supo por qué pero se tomaron ese café juntos, y luego muchos más a lo largo de esa primavera que vino.  Y la quiosquera nunca volvió a sentir tanto frío, ni a sentirse tan sola, por que tenía la conversación y la compañía de Mauro, que pasó  de hacerla compañía todas las tardes, a vivir juntos el resto de sus vidas.