lunes, 2 de marzo de 2015

VECINOS




       La chica sale, el vecino, que tiene su habitación, pared con pared, con la de ellos, entra. Casi chocan en el portal.  El pregunta
         -¿Qué tal os va todo?.
         -¡Muy bien!
         - No hace falta ni decirlo, mi habitación esta pared con pared y os oigo todos los días.
      El sube las escaleras, ella sale a la calle, aun perpleja.

jueves, 14 de noviembre de 2013

La mirada perdida

 
  Yo, la mirada perdida, vacía, los kilómetros que se van sucediendo y dejan paso a paisajes cambiantes.

     Este suave balanceo del tren va llevándome casi sin sentir, relajadamente, la mente en blanco. Van pasando el tiempo y los kilómetros. Disfrutando del viaje, como si no fuera a llegar al destino y mi único objetivo fuera el viaje en si mismo.

     Es duro visitar a mi padre. Él y mi madre habían discutido,  la encerró en la casa mientras dormía.  Después roció todo con gasolina y lo quemó.

     Luego se sentó frente a la puerta, a contemplarlo. Justo así, con la mirada perdida, vacía,  la misma con la que voy viajando absorto en el paisaje, para olvidar, para tratar de no imaginarlo.

 
   
 

jueves, 25 de abril de 2013

Ausencia sexo y olvido

     
AUSENCIA SEXO Y OLVIDO

 

     El traqueteo del vagón me va llevando suavemente de camino de vuelta a casa. Aun no hace una hora, nuestros cuerpos, brillando en sudor, se enlazaban y gemían. Yo estoy enamorada, él no. Él me llama cuando quiere. Yo espero.

 

     Llevo su olor en la piel, metido en mis fosas nasales y ya me empieza a doler en el cuerpo el tacto ausente de sus dedos en mi piel.

 

     No puedo, sobre todo no quiero cortar el lazo que me ata. Con nadie he sentido tal convulsión del deseo con solo un roce casual de nuestra piel.

 

   La vez anterior cometí un error, se lo dije, le dije que le amaba y el me contestó que era imposible, apenas nos conocemos, uno solo se enamora de quien conoce.

Cuan equivocado está, además me parece conocerle, incluso mucho mejor de lo que él se conoce a si mismo. Él no lo sabe, pero soy lo que necesita, y él es mi pasión.

 

     Un hombre muy atractivo lleva ya un rato sin apartar de mi su mirada, no es el único, es algo que me suele pasar.

 

     El  no es el único hombre con el que me acuesto, pero es el único al que amo.  Soy realista, no puedo hacer vida de castidad mientras el decide que no quiere pasar conmigo si no estos breves momentos de sexo y pasión, tan espaciados en el tiempo. Y entre medias duele. Duele su ausencia.

 

      Aún no llevo ni media hora alejada y mi sexo y mi corazón le llaman, ambos con la urgencia de la necesidad de llenar el vacío que me deja su ausencia.  El hombre sigue mirándome con insistencia, quizá otro día, hoy el hambre que tengo no me lo puede saciar.

 

      Aún y así,  sonrío al hombre que me mira, y eso le da pie para sentarse conmigo, inicia una conversación.

    Ante un café me pide el teléfono. Yo prefiero que me de el suyo.

     Hoy le echo de menos más que nunca. Pero no me llama, ya hace más de una semana del último encuentro, justo después conocí a aquel hombre. Bien una cita me ayudará a mitigar mi desazón.

 

    Hombre guapo, conversación inteligente, sexo más que satisfactorio, casi ni me acuerdo del otro, será como las otras veces, los otros hombres. Ilusiones pasajeras, un par de meses, dos veces en semana, hasta que él o yo, alguno de los dos, se canse, o quiera algo más de mí. Luego otro número en la agenda, alguien a quien recurrir cuando el desamor amenaza con aplastarme. No han sido más que dos meses esta vez antes que el hombre me diga que me ama, yo le contesto que es imposible, apenas nos conocemos, uno solo se enamora de quien conoce, que mi corazón está ocupado

 

     Tres meses, me atenaza su recuerdo pero sigue sin llamarme, recurro a otro número de mi agenda, sin problemas. Otra noche librándome de su ausencia otra noche de sexo y olvido.

miércoles, 13 de junio de 2012

LA SORPRESA

     Como su jefa la envió a hacer un recado Marisa salió ese lunes un poco antes del trabajo.
     Llegó a su casa una horita antes de lo acostumbrado e ilusionada recogió y limpió la casa por encima, pensando que así le daría una agradable sorpresa a su marido con el que nunca coincidía a la hora de comer.
     Puso  la mesa, luego se metió en la ducha y dejó que el agua se llevara el cansancio. Había dormido mal la noche anterior. En cuanto llegara Paco le contaría la pesadilla tan mala que había tenido. ¡Hasta el se iba a reír de la tontería!.
     -Figúrate que discutíamos y tu te ibas de casa.
     Se peinó con el secador, se perfumó, se pintó los labios y se puso uno de esos vestiditos de andar por casa que tanto le gustaban a él. Cortito y escotado.
     Se sentó en el sofá y esperó viendo un poco la tele. Así se le pasó el rato hasta casi la hora en que él solía llegar.
      Se apresuró a calentar la comida. Paco se iba a llevar una grata sorpresa. Y así, como tantas otras veces, se les acabaría el enfado de repente y ambos harían como que la discusión de ayer, jamás había tenido lugar. Que no se habían dicho todas las cosas que se dijeron.

......


     Paco se retrasaba más de lo habitual.
-          ¿No le habrá pasado algo?
      Se dijo a sí misma, y se dispuso a marcar los números del teléfono móvil de su marido.
     Pero antes de marcar el último número, un nueve, se detuvo. Una corazonada. Colgó el teléfono, entró en la habitación de matrimonio.
     Abrió el armario.
     Nada.
     El lado de Paco estaba vació, desolado. Sus cajones de la ropa interior también estaban vacíos.  En el cajón de la mesilla tan solo el anillo de casados daba mudo testimonio de abandono.
-          ¿Pero que voy a hacer ahora?. – Se dijo en voz alta.
     Se sentó a la mesa en el comedor, apartó el plato. Por un momento ya no sentía hambre. Luego un gran vació. Como no sabía localizarlo exactamente comenzó a llenarlo engullendo la comida. Luego se acercó el plato de Paco y también comió.
     El vació, se había taponado, reemplazando su angustia por la culpa. Se sintió culpable una vez más por comer tanto, pero a la  vez anestesiada en su dolor. Y mientras se tumbaba en el sofá y encendía la televisión se contestó a sí misma también en voz alta.
-          Ya lo pensaré mañana.
     Y se dejó caer en una duermevela intranquila al arrullo del televisor.

jueves, 22 de marzo de 2012

HÉROE


     El “Cortao”, con la navaja rozando el cuello de la muchacha  y apestando a sudor,  sobaba sus pechos y la susurraba indecencias a la oreja, mientras se la lamía.

     La chica, aterrorizada trazaba planes de huida mientras escalofríos de asco la recorrían todo el cuerpo.

     Eso solo les pasa a otras, no a niñas bien con vidas tranquilas y regulares que vuelven a casa pronto.

     Estaba perdida, rezó para un milagro, que sabía que no llegaría, porque él ya la pellizcaba los pezones, que erectos por el frío y el miedo, el interpretaba como signos de excitación y sentía el miembro a punto de reventar.

-          ¡Cerdo, suéltala!

     Ella rezó para el milagro. El Cortao la empujó fuertemente contra la pared, la hizo daño, imposible escabullirse.

     Él Cortao miró a su adversario  midiéndolo y vio a un pijo - mierda que no tenía ni media ostia.

-          Vete o te rajo.

     El pijo sacó una pistola.  El Cortaó, leyó sus ojos y salió corriendo.

-          ¿Estas bien?

     Ella ya no pudo dominarse, y temblaba entre sollozos sin poder parar. Se abrazó a él agradecida. Olía bien.

     El chico se portó de maravilla. La acompañó a comisaría. La pistola era de juguete. Luego la acompañó hasta su casa, y la ayudó a explicárselo a sus padres, se preocupó de que todo estuviese bien, la llamaba con frecuencia. Y sus padres agradecidos, organizaron una cena en honor del héroe que había salvado a su única hija.

     Ella se enamoró de él, un chico tan fino, tan valiente, tan guapo, su salvador. ¿Quién no lo haría?.

     Se casaron y él pasó a controlar las empresas familiares.

     La calle estaba desierta, había llovido y  Roberto se subió el cuello del abrigo. Se le cayeron las llaves al abrir el coche. Las recogió del suelo. Al incorporarse se topó cara a cara con el Cortaó.

-          Joder, Cortao, macho, que susto me has dado.

-          ¿Qué pasa, es lo único que se te ocurre decir a un amigo?.

     Se metieron en el Mercedes del  Pijo, como lo llamaban en el barrio. Compartieron un porrito, entre calada y calada, el Pijo le dio la cantidad acordada  y algo más.

     - Ya sabía yo que cumplirías. Enhorabuena por el casorio. Que lo disfrutes. Tu mujer tiene buenas tetas. ¡Si señor!










martes, 7 de febrero de 2012

EL KIOSCO DE PRENSA




EL KIOSCO DE PRENSA



      Lo peor de tener un quiosco de prensa es el frío, y las tardes tan largas de invierno en que no se sabe si uno se aburre o se hiela más, si lo uno gana a lo otro o lo otro a lo uno,  y ya ni la pequeña televisión la entretiene a una.

     Y es que una a los cincuenta y muchisimos, confesados, que de los reales hay unos poquitos años más,  ya no está en edad de trabajar en un sitio así.

     Con el frío no viene nadie. Y menos por este paseo, tan desolado ahora en invierno.

     Es lo mismo que piensa el atracador de poca monta que desde hace un ratito acecha desde su viejo coche el quiosco solitario.

-          Debería irme ya a casa.

-          -Aquí hay poco negocio.

     Ambos están pensando lo mismo, pero no se deciden a marcharse.

-          Ya estoy mayor para estos trotes.

-          Debería retirarme.

Y un ratito más tarde, cuando la intermitente lluvia parece parar por un momento. La quiosquera sale a quitar los plásticos y recoger la mercancía, el atracador, sale de su coche, su estancia en la cárcel de la que hace poco ha salido, le ha dado una presencia más digna, mas normalizada que cuando era joven.

     Pone todo su valor en su aparición delante de la confiada quiosquera, tiene perdida la costumbre. Solo un pequeño golpe para pagar hoy la pensión, mañana ya entra a trabajar en una carpintería que le ha buscado el director de la cárcel. Y en unos pocos años, jubilado. No sabe que hará con su vida entonces, ni siquiera sabe que hacer con su vida en el próximo rato.

     La quiosquera no está, y cuando aparece a sus espaldas, es Mauro el que sufre un sobresalto.

-          ¿Le puedo atender?

-          Si, no. Bueno, quería un ejemplar del País.

-          Pues a estas horas ya no queda. Dígame si quiere algo más, voy a cerrar.

     Uno de los expositores está a punto de caer sobre ellos.

     Maruja, da un respingo.  Pero Mauro sujeta la puerta antes de que les golpee

      -  Esta maldita bisagra, (y esta maldita soledad) cualquier día se me cae esto encima.

-          Permítame. Umm, -dice con gesto profesional-, esto no es nada. Voy un momentito a por las herramientas al coche y se lo dejo listo.

-          No se moleste.

-          No es molestia.

     Y la bisagra queda arreglada en un pis pas                     

-Gracias por su ayuda. En fin, creo que al final voy a ir a tomarme un café, hoy ha sido un día raro. Dice ella.

- Dígamelo a mí.

Si le apetece podemos tomarlo juntos. Yo invito, por las molestias, ¡vaya!.

Nunca supo por qué pero se tomaron ese café juntos, y luego muchos más a lo largo de esa primavera que vino.  Y la quiosquera nunca volvió a sentir tanto frío, ni a sentirse tan sola, por que tenía la conversación y la compañía de Mauro, que pasó  de hacerla compañía todas las tardes, a vivir juntos el resto de sus vidas.

jueves, 19 de enero de 2012

UNA VEZ AL AÑO


     El señor Ramón, solo iba una o dos veces al año por su casa. Mandaba algo de dinero las veces que no se lo bebía antes.

     Cuando aparecía, mandaba a patadas a los críos a la calle, hasta a los más pequeños, lloviera, nevara o hiciese sol. Atrancaba la puerta y ellos permanecían los días de más frío junto a ella, llorando de angustia y miedo, llamando quedo con los puñitos de vez en cuando.

     Adentro solo se oía ruido de golpes y muebles caídos, por que la madre se esforzaba por no gritar para no aumentar la angustia de los niños.

     La puerta solo se abría cuando habían pasado no menos de dos horas. La abría la madre, con gesto descompuesto, mientras el padre dormía satisfecho en la cama con la botella en la mano.

     De esta manera, algunos años la familia aumentaba en un miembro nuevo.

     Quince años habían pasado de esta manera, y seis hijos. La madre trabajaba de sol a sol, muy duro para mantenerlos, y los niños ayudaban a la medida de sus fuerzas. Tenían un pequeño huerto, unos animales, y un par de cerdos. Además se encargaba de lavar ropa ajena y hacía encargos aquí y allá, donde fuera solicitada.

     Ese año, cuando el señor Ramón llegó, mandó a la calle, a patadas a cinco de los críos y a su mujer.

     Pero ella no se quedó en la puerta llorando como hacían los muchachos.

     Fue a la leñera, cogió el hacha. Ella estaba avejentada de los hijos y las miserias, pero fuerte  por el trabajo. Echó abajo la puerta de atrás. Entró en la casa. Su hija aún vestida pero con la ropa desgarrada, lloraba muerta de miedo. El viejo cerdo, tenía aquello afuera. Pero aún no había pasado.

     Mando a Sandrina fuera con sus hermanos, la niña escapó agradecida.

     La madre atrancó la puerta y salió a las dos horas como era costumbre. Llevaba unos cubos, donde ponían las sobras para los cerdos. Estaban llenos y pesaban mucho.

           - Ayudadme a dar de comer a los cerdos, dijo como si no hubiese pasado nada.

     Ramoncito el mayor ayudó a llevarlos a la pocilga, los otros niños también ayudaron.

- Ahora entrad a la casa.

     -     ¿Y padre?

-          Salió por la puerta. ¿No lo visteis?

     Los rapaces se miraron entre sí haciendo gestos de negación.

-          Es igual. ¡Sandrina!, tu vete haciendo la cena y los demás la ayudáis, que de esto me ocupo yo. ¡Cámbiate de ropa primero! y tira la que llevas puesta.
     El señor Ramón no volvió al año siguiente, ni nunca más.

viernes, 16 de diciembre de 2011

HORA DEL BAÑO - (Revancha)


     El anciano se dejó conducir mansamente al cuarto de aseo que estaba especialmente acondicionado para él.

     José era como un bebé grande, el alzehimer lo había dejado convertido en un niño pequeño primero y ahora en un bebé grande al que había que bañar, limpiar y cambiar los pañales y alimentar con purés. Un ser desvalido sin conciencia de quien fue y sin esperanza de ser algún día.

     Su esposa lo llevaba bruscamente y sin contemplaciones. Insultándole todo lo que podía, llamándole inútil, estúpido. Gritándole para cualquier cosa.

     El viejo se estremecía lloroso, de miedo e incomprensión. Como el niño indefenso y maltratado que era. Ya casi no comprendía lo que querían decir los insultos, pero al igual que una criatura vislumbraba la amenaza implícita en ellos, de manos de la persona de la que dependía.

     Frotó la anciana enérgicamente el cuerpo del anciano, dañando su piel  delicada. A él le dolían los refregones, pero le dolía más la violencia soterrada que había en ellos. Se hizo sus  necesidades encima y de nuevo los gritos.

    Sacramento le aclaró con el agua casi fría, y lo vistió sin más contemplaciones. Luego lo puso en su butaca frente al estridente televisor.

      Cuando recogía los cacharros del desayuno las lágrimas comenzaron a resbalar por las mejillas de Sacramento.

     Toda la vida aguantándole. Sufriendo la dictadura de sus palizas sus humillaciones y sus insultos y ahora también tenia que cuidarle. Y no sabía muy bien el porqué, si por la impotencia, la rabia acumulada o quizá la vergüenza que le daba su propio  comportamiento que lloró y esta vez sus lágrimas eran tan abundantes que se confundieron con el agua de aclarar las tazas. Sabiendo que aunque estaba arrepentida la próxima vez volvería a gritarle y a perder los nervios.

     En su butaca el viejo también lloraba acongojado.


jueves, 15 de diciembre de 2011

VIAJERO


     El viajero coge el tren que le lleva a ninguna parte. En realidad de lo que quiere huir no puede, pero se complace en imaginar que si se va, distrae su destino.

     Máximo seis meses de vida, un destino injusto para un mediocre profesor cincuentón que esperaba una jubilación dorada, viajando de un lado a otro, con la tranquilidad que da tener asegurado el sueldo.

     Ya ninguna familia le espera en ninguna parte. No tiene padres, no tiene más parientes cercanos que un hermano con el que no se habla, y no es ya ni siquiera dueño de la posibilidad de formar una familia propia, pues renunció a ella hace unos cuantos años.

     Con la baja que le ha dado el médico, ya tampoco tiene ningún tipo de compromiso profesional, y el moral con sus alumnos tampoco existe.  Nada le ata a una serie de jovencitos estúpidos y descerebrados, dominados por las hormonas y la mala educación.

     En estos pensamientos se traspone, nota que el tren se para y que luego en un espacio indeterminado de tiempo se pone en marcha de nuevo.  Pero hay un pasajero en su vagón hasta ahora desierto. Lo nota por el olor a perfume, un perfume dulce y delicioso. Por eso abre los ojos y la ve.

     Es la materialización de sus sueños, guapa, enfundada en una simple camisa blanca y una falda negra, con un discreto recogido, y zapatos de tacón.

     Entablan una conversación, es la compañera perfecta. Apenas si han hablado y parece conocerla de toda la vida.

     Ella se sienta a su lado, él sabe que puede, que debe besar sus labios.

     Están fríos, muy fríos y el sueño le vence.

    Y es que a veces la muerte también se enamora.


miércoles, 30 de noviembre de 2011

CÁMARA DE SEGURIDAD


     Se apretó fuertemente contra el cuerpo de su casi desconocido amante, sintiendo el sexo henchido de él contra el suyo. Se refregaba bien por que sabía que lo estaba poniendo al límite y eso era lo que ella quería.

-               Vamos más allá. -Jadeaba él. -La cámara de seguridad nos está grabando.

-          No importa, ven, házmelo.

     La pasión los arrebató y siguieron a sus instintos.

     El vigilante, giró el asiento, y miró sin ver las otras pantallas que controlaba. Una lágrima de rabia e impotencia resbalaba por su mejilla.

     Ya había pasado por esto muchas otras veces. Tocó su arma reglamentaria. Aunque ya hiciera tanto tiempo que su ex – novia y el lo habían dejado, aún hay cosas que siguen doliendo.

     - Cualquier día salgo de aquí y la mato.