El viajero coge el tren que le lleva a
ninguna parte. En realidad de lo que quiere huir no puede, pero se complace en
imaginar que si se va, distrae su destino.
Máximo seis meses de vida, un destino
injusto para un mediocre profesor cincuentón que esperaba una jubilación
dorada, viajando de un lado a otro, con la tranquilidad que da tener asegurado
el sueldo.
Ya ninguna familia le espera en ninguna
parte. No tiene padres, no tiene más parientes cercanos que un hermano con el
que no se habla, y no es ya ni siquiera dueño de la posibilidad de formar una
familia propia, pues renunció a ella hace unos cuantos años.
Con la baja que le ha dado el médico, ya
tampoco tiene ningún tipo de compromiso profesional, y el moral con sus alumnos
tampoco existe. Nada le ata a una serie
de jovencitos estúpidos y descerebrados, dominados por las hormonas y la mala
educación.
En estos pensamientos se traspone, nota
que el tren se para y que luego en un espacio indeterminado de tiempo se pone
en marcha de nuevo. Pero hay un pasajero
en su vagón hasta ahora desierto. Lo nota por el olor a perfume, un perfume dulce y delicioso. Por eso abre los ojos y la ve.
Es la materialización de sus sueños,
guapa, enfundada en una simple camisa blanca y una falda negra, con un discreto
recogido, y zapatos de tacón.
Entablan una conversación, es la compañera
perfecta. Apenas si han hablado y parece conocerla de toda la vida.
Ella
se sienta a su lado, él sabe que puede, que debe besar sus labios.
Están fríos, muy fríos y el sueño le
vence.
Y es que a veces la muerte también se
enamora.
Me gusta.
ResponderEliminarGracias por dar tu opinion
ResponderEliminar