viernes, 25 de noviembre de 2011

LA CAJA BLANCA


     Es la segunda vez en mi vida que hago una cosa igual. Me levantan muy temprano. Me adecentan la ropa, llevo los zapatos muy relimpios pero eso no esconde lo gastados que están. Para el agujero de la suela ponen un cartón y un poco de tela para el relleno, por que me están grandes, eran de otro niño al que se le quedaron pequeños.

     En casa estos días se llora mucho, contrasta con la alegría general por que la guerra, que es una cosa muy mala ya se ha acabado. Por la radio hemos oído el discurso:  

      (…) Acabaron, pues, los días fáciles y frívolos, en que sólo se vivía para el presente”(...)”

     Lo lee un señor de voz gangosa que según dicen es el que ahora manda más que nadie.

     Todos visten de negro. Vamos a la iglesia, el cura dice una misa muy triste y mi madre está deshecha por la pena.

     Después todos vamos detrás de una caja blanca. Yo voy detrás de mi abuela de la mano de mi tío  Benjamín.

-          Esto es como lo de Manolín ¿verdad?

     Mi tío asiente con la cabeza pero no dice nada. 

     Llegamos al cementerio. Allí veo como desciende la cajita, echo un puñado de tierra, me acuerdo de Emilito y de su media vocecita.

-          Uan, Uan, ven, jugá.  (Juan, ven a jugar).

     De  pronto a mis siete años, tomo conciencia de que no voy a volver a verlo y se me llenan los ojos de lágrimas.

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