Conseguí el dinero y el salvoconducto para
ir a Gijón. Iba dispuesta a todo. Llenarle de reproches e insultos por
abandonarnos a mí y a sus hijos para irse a jugar a los espías durante más de
tres años.
Sola. Al comenzar murió uno, al finalizar
la guerra el otro, y a punto estuvo el tercero por el hambre y el dormir en el
suelo, tapados solo con mi abrigo.
Me abrió la puerta su barragana. Tenía
mejor aspecto que yo, con mi delgadez y mi ropa raída. Él no estaba.
-
Soy
su esposa. – Dije.
Me quiso cerrar la puerta en las narices.
-
¡Zorra,
putón!
Me
pegué con ella...
A él nunca lo volví a ver. Mi hijo fue a
verle vestido de comunión, y dijo no conocerle.
Le mataron en los servicios del mercado donde trabajaba con nombre
falso.
No me dolió su muerte. Tampoco me alegré.
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